Ansiedad Generalizada y COVID-19
“Todos nosotros deseamos reducir la inseguridad del universo a su mínimo”. William James
El ser humano está siempre proclive a buscar orden en la realidad para sentirse seguro. Como refería William James, “padre” de la psicología moderna, la ilusión de que hay un orden, un control, nos hace sentir seguros. Este espejismo de seguridad lo perseguimos a toda costa para tener o restablecer el control de la o las situaciones. El control, o mejor, el intento de tener todo bajo control se convierte así, de forma muy racional pero menos eficaz, en nuestra principal herramienta para soportar y sobrellevar el “desorden” que generan lo incomprensible, la sospecha, el recelo, el miedo, la inquietud, la incertidumbre, etc. Para evitar una ansiedad generalizada, necesitamos buscar la seguridad en la certeza, aun cuando ésta no está siquiera en el horizonte.
En el momento actual que vivimos, “oficialmente” más de un año después del inicio de esta pandemia de COVID19, la percepción del común de los mortales (diré que mayoritaria por si hubiera alguien que ve la situación de forma diferente) del escenario pasado, presente y, me atrevería a decir, futuro -visto como se desarrollan los acontecimientos, los mensajes contradictorios y confusos- las desilusiones generadas por expectativas nunca concretizadas, etc.-, es de absoluto desconcierto. Las sensaciones de indefensión, de falta de certeza, de desesperanza, de descontrol y sin visos de control alguno, conforman un contexto en que el espejismo de la seguridad se desvanece, pudiendo derivar en consecuencias importantes a nivel emocional, personal y relacional. De facto, tenemos a nuestro alrededor la fatiga pandémica, así referida por la OMS.
Pero no quiero hablar de la fatiga pandémica, de esta apatía y agotamiento mental caracterizada por, entre otros aspectos, la desmotivación, irritabilidad, tristeza, frustración, preocupación, nerviosismo, insomnio, aislamiento social, falta de concentración… Para muchos de los millones de personas en el mundo que están padeciendo esta fatiga mental, será una situación transitoria (para otras, ciertamente, es el inicio de un tortuoso camino que socava la salud emocional).
Quiero hablar de la ansiedad generalizada en tiempos de pandemia (adonde pueden abocar, desgraciadamente, algunos de los que están transitando por la fatiga pandémica).
La ansiedad, esta respuesta multidimensional (fisiológica, motora y cognitiva) del organismo frente a un peligro, bien sea real o bien sea subjetivo pero vivido como “realidad”, nos alerta y activa para reaccionar ante la amenaza percibida, cumpliendo así una función adaptativa. Es un recurso fundamental que nos protege contra el peligro.
Sin embargo, el problema se presenta cuando esta respuesta es continua o excesivamente intensa, cuando supera el umbral adaptativo y va más allá de la situación, evento u objeto que justifiquen dicha reacción. La conducta se vuelve completamente disfuncional y sostenida en el tiempo, tiene una alta probabilidad de acabar en una conducta patológica. Y esto es lo que sucede con el trastorno de ansiedad generalizada (TAG): un estado de alarma constante por todo y por todos porque no encuentra, ni siente, control o certidumbre: si no hay certeza, aunque sea presunta, no hay seguridad; si no hay seguridad, cualquier cosa puede parecer una amenaza; y si no se sabe qué es peligroso y qué no lo es, el organismo reacciona disparando de forma constante y continua la ansiedad.
En pocas palabras, las personas pueden padecer de TAG (trastorno de ansiedad generalizada) cuando no toleran la incertidumbre. La situación actual, y vivida, es justo un enorme caldo de cultivo para el TAG.
Es cierto que la intolerancia a la frustración está presente en otro tipo de trastornos de ansiedad, pero se ha demostrado experimentalmente que a mayor grado de intolerancia a la incertidumbre mayor preocupación y en el continuum de la ansiedad, donde entra en juego la incertidumbre, las personas con TAG están en el nivel superior de la preocupación.
Tanto el DSM-V como el CEI-10 (ambos manuales clasificatorios, el primero específico de los trastornos mentales y el segundo del conjunto de todas las enfermedades), coinciden en que el TAG consiste en la presencia de un estado de preocupación y nerviosismo excesivos en relación con diversas actividades, acontecimientos o situaciones. Las personas afectadas sufren ansiedad la mayoría de los días durante un periodo prolongado en el tiempo (6 meses o más).
Se preocupan en exceso por cualquier circunstancia de la vida, incluso en ámbitos en los que hay poca o ninguna razón para preocuparse. Son temas de su preocupación: el trabajo, las responsabilidades familiares, la economía personal, las tareas domésticas, el desarrollo profesional y personal, la educación de los hijos, la hipoteca, las adversidades futuras, etc.
Evidentemente, en tiempos de pandemia, se añaden a estas preocupaciones dichas de “carácter general”, todas las que tengan que ver con la incertidumbre de la crisis pandémica: el contagio, la enfermedad, la transmisión, la propagación, los tipos de vacunas, los ensayos clínicos, la efectividad de la vacuna, los efectos secundarios, los riesgos, los ERTE, los contactos sociales, … ¡hasta se preocupan por estar preocupados!
Bienvenidos al círculo vicioso. O en palaras de Emil Cioran, “he buscado en la duda un remedio contra la ansiedad. El remedio ha terminado por hacer causa común con el mal”.
Tanta preocupación con la que lidiar, calmar y eliminar, generan una tensión, una ansiedad difícil de controlar, que limita e interfiere en su día a día: dificultad para conciliar el sueño, insomnio, agotamiento, problemas de concentración, dolor de cabeza, contracciones musculares, palpitaciones, aumento de la frecuencia respiratoria, mareos, sudoración, pensamientos recurrentes, actos repetitivos, problemas en la deglución, alta irritabilidad, falta de aire que respirar, desasosiego, nerviosismo… Es tal la situación de deterioro que van percibiendo, sintiéndose al límite, que las personas que padecen TAG llegan a tener miedo a perder el control y enloquecer.
En la búsqueda de retomar el orden, el control y la seguridad, las personas que sufren con el TAG ponen en marcha una serie de soluciones para intentar reducir la incertidumbre y eliminar la preocupación, tales como:
Racionalizar en exceso, forzarse a no pensar, evitar situaciones ansiógenas, consultar con supuestos “especialistas”, tener a mano una especie de “kit de supervivencia” que cada uno se inventa, delegar sus responsabilidades, meditar, reflexionar, medicarse, auto-observarse, etc.
Todas las anteriores, en su mayoría, se revelan como Soluciones Intentadas, o Intentos de Solución, como referían los científicos de la Escuela de Palo Alto a quienes debemos este genial y operativo constructo. Es decir, acciones que, en lugar de resolver el problema, lo alimentan y empeoran.
Desde el enfoque de trabajo de la Terapia Breve Estratégica, lo primero sobre lo que hay que intervenir en el tratamiento, es sobre los intentos de solución: bloquear todas esas soluciones fallidas que lo único que hacen es agravar el problema. Es importante empezar por identificar, en el caso de TAG concreto y específico sobre el que se está interviniendo, el intento de solución disfuncional cuyo bloqueo pueda servir como el punto de palanca para el cambio.
Se trata de la principal estrategia de una intervención terapéutica que se pretende breve; detectar y bloquear las acciones disfuncionales que mantienen el circulo vicioso, facilitando que se genere, y se mantenga, una espiral virtuosa que conduzca inevitablemente a un nuevo equilibrio saludable del paciente.