Coaching no es terapia
El pasado viernes 23 de junio, durante el III Congreso Nacional de Psicoterapia, recordé, a colación del tema que se estaba tratando en una de las mesas redondas, un artículo que escribí en su día y que había dejado en el “cajón del pc”. Lo publico ahora:
Coaching no es terapia
A ciencia cierta, no sé qué es el coaching, pero lo que sí sé es que coaching no es terapia, ni asesoramiento psicológico, ni mucho menos psicoterapia.
Antes, cuando uno tenía problemas “vitales”, bien en ámbito personal, bien en el profesional, se acudía al cura, luego al psicoanalista y ahora ¡al coach!!! Pareciera, por la información que te llega de las redes y medios de comunicación, que el coach te va a ayudar a resolver todos tus problemas “humanos”.
No diré que un coach no pueda ayudar a desarrollar el potencial de una persona, el talento, trabajando con sus recursos, para alcanzar sus objetivos, su meta. Al fin y al cabo, esta es su función: entrenador –coach– del entrenamiento –coaching-. Como el entrenador de futbol que durante los entrenamientos saca los mejores recursos de sus jugadores para que ganen el partido, que juegan ellos, no el entrenador.
Y en este “juego de la vida”, a veces ponemos en marcha intentos de solución que nos van limitando, que van incapacitando, hasta que se puede llegar a sentir y expresar frases como las que escucho a menudo en mi consulta: “ser prisionero del destino”, “incompetente”, “un fracaso humano”, “dependiente“, “el gran vacío interior”, “un caso perdido”, “falta de aire”, “frustración e impotencia”, “culpable y miserable”, “diana de los compañeros”, “ira irrefrenable”, “víctima del qué dirán”,…
Estas frases, entre otras cosas, son señales ante las cuales un coach debería prestar atención y evaluar si está delante de un caso de su competencia, y puede ayudar realmente, o si debe derivarlo a un experto del área, o sea, a un psicólogo@. Cuando las emociones comienzan a interferir de manera disfuncional en la percepción de la realidad de una persona, comienza a desencadenarse un círculo vicioso que puede terminar en patología.
En el enfoque estratégico, metodología de resolución de problemas de interacción humana, sea con uno mismo, con los demás o con el mundo, desarrollada por los investigadores de la Escuela de Palo Alto, el nivel invalidante del problema es lo que define el tipo de intervención a realizar (coaching, counseling o psicoterapia).
Cuando el problema no incapacita a la persona a llevar una vida, digamos, “normal”, y se circunscribe a un aspecto específico, se trabaja con las técnicas de problem solving para resolver el problema. Plan de carrera o promoción, problemas en los estudios, bloqueo de la performance o desempeño, fijación de objetivos, toma de decisiones, resolución de conflictos, definición de estrategias, gestión de resistencia al cambio, etc., son intervenciones a las que los alumnos del master en Comunicación y Problem Solving Estratégico (del que he sido docente y coordinadora durante varios años), les gustaba definir como coaching.
Pero también se utilizan estas técnicas de problem solving en aquello que en el mundo anglosajón llaman counseling, o lo que es lo mismo, asesoramiento, orientación psicológica que permita a la persona atender y superar sus problemas cotidianos o conflictos no invalidantes. Por ejemplo, relación padres-adolescentes; comunicación en la pareja; pautas para los cuidadores o familia de pacientes; manejo de las emociones en situaciones vitales complicadas…
La “alarma” debe “sonar” en la mente del profesional que se propone a ayudar, si el problema es tan intrusivo que tiende a invalidar, día a día, el espacio vital la persona, y por extensión a afectar los familiares o aquellos que le rodean habitualmente. En estas situaciones se verifica un salto de nivel no sólo cuantitativo, sino también cualitativo. El círculo vicioso disfuncional se ha instaurado y consolidado; nos encontramos frente a los trastornos mentales y el tipo de intervención adecuada para ayudar, en estos casos, es la psicoterapia. La terapia breve estratégica se centra en interrumpir los círculos viciosos patológicos de forma a poder instaurar un nuevo equilibrio sano y funcional, de forma sostenible, guiando a la persona a través de experiencias emocionales correctivas que le orienten a cambios de perspectiva que refuercen y garanticen un recorrido seguro y progresivo hacia la deseable autonomía psicológica, de forma tan breve cuanto sea posible. Se trata de aplicar lo que ha sido científicamente probado, de forma empírico experimental, a lo largo de muchas décadas. Por supuesto, adaptándolo al caso personal y a la “originalidad” de cada paciente.
Experimentar lo que se deriva de las “enseñanzas” de ciertas pseudociencias noveles, con personas que sufren, más que una temeridad, constituye un fuerte desafío a la tolerancia ética de la sociedad actual. ¿Hasta cuándo?
Los profesionales de ayuda tenemos que tener un alto nivel de autoexigencia, honestidad, ética y una apurada conciencia operativa para poder derivar aquellos casos que no son de nuestra competencia y evitar consecuencias que pueden ser fatales (trabajamos con personas, no con materiales que si se rompen se pueden tirar y sustituir por otros).