¡Basta ya!
Creo que hay pocas profesiones como la de psicólogo@ que estén sometidas a tanto intrusismo profesional. ¡Basta ya!
Ya sé que hay otras profesiones que también lo padecen, pero quizá yo lo perciba en mayor grado en mi profesión, porque me toca directamente. Lo que tengo claro es que en el caso de la psicoterapia, mucho más que la defensa de la profesión importa la defensa de los que acuden a sus servicios porque, de una forma o de otra, la vulnerabilidad suele acompañar a cualquier forma de sufrimiento humano.
¡Qué coraje cuando me llegan a consulta pacientes que han pasado por algún tipo de “predicadores” y/o “sanadores”! Muchos llegan en circunstancias penosas, en búsqueda de una solución de último recurso. Algunos casos son tan “desesperados” que, paradójicamente, pueden hasta facilitar la adhesión al tratamiento que prescribo y aumentar la rapidez de la recuperación del paciente. Sin embargo, el hecho de resolver rápidamente ciertos casos que hasta pueden favorecer mi imagen profesional de buena psicoterapeuta, no me puede distraer de la obligación de alertar para prácticas que vienen causando verdaderos dramas humanos.
Y eso que mi modelo de trabajo sigue la línea estratégica de la Escuela de Palo Alto, caracterizada por un pensamiento “herético”, comparado con otros modelos tradicionales/ortodoxos de psicoterapia. La terapia breve estratégica se interesa por la funcionalidad del comportamiento humano frente a los problemas, dejando a un lado teorías rígidas, normativas y deterministas.
Los “predicadores”, los “yes, we can!”, los “piensa en positivo”, que te animan, motivan y casi jalean, son un peligro en potencia para cualquiera que busque algún tipo de ayuda psicológica. A menudo, las expectativas tan exageradas que consiguen crear, las ilusiones, como difícilmente se alcanzan, acaban por generar en la persona un desesperante sentimiento de incapacidad (“soy un inútil; me rindo, mejor acabar ya”). Y qué decir cuando esta sensación incapacitante se presenta por comparación con los miembros integrantes de un grupo que generalmente alcanza sus metas. Él que no está pasando una buena racha y no las alcanza, acaba por creer que los demás piensan que es un incapaz (“soy el hazmerreír de la empresa”).
La perniciosa secuencia: Ilusión, desilusión, depresión.
Esta es una parte oscura de la intervención de los “sanadores”, que te curan el alma, la mente, el cuerpo y el espíritu, que te devuelven la felicidad y la armonía con sus “motivadoras” y “mágicas” palabras, su imposición de manos, sus flores y aromas, alusiones abusivas al ying y al yang, sus constelaciones con tintes esotéricos, etc., etc.
Más oscura se vuelve la cosa cuando la situación de debilidad de la persona, mal enfocada desde la incapacidad “profesional” del “sanador”, llega a producir brotes psicóticos paranoides (“estoy amenazado de muerte en el trabajo; les he oído”) o episodios maníacos (“cuando me vengo arriba, mi comportamiento es violento. Si mi madre me dice algo que a mí no me gusta, rompo lo primero que tengo a mano”).
Después de haber tenido que tratar cuatro casos seguidos, derivados de este tipo de encuadre sanatorio, me ha venido a la cabeza la escena de la serie House, donde el médico protagonista, ingresado en un “sanatorio”, se escapa, con la mejor intención, llevando a un paciente “desmotivado”, porque había perdido sus poderes de Superman, al túnel de viento de un parque de atracciones. De regreso al “sanatorio”, nuestro Superman que ha tenido la experiencia (artificial) de recuperar su “poder” de volar, se tira, convencido de que volaría, desde una cuarta planta.
Tan osada no seré como para decir que “predicadores” y “sanadores” actúen con mala intención, pero “el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones”.