Realidad Virtual y Psicoterapia
Debatía el otro día acerca de la utilidad en psicoterapia de las gafas de realidad virtual. Me argumentaban que los tiempos van cambiando, los estilos de vida van cambiando, la cultura e intereses van cambiando, etc., y que debíamos, nosotros psicoterapeutas, adaptarnos si no queríamos “morir”.
Y si es cierto que las cosas van cambiando (creo que era Heráclito quien decía que “lo único constante es el cambio”), también es cierto que la estructura de los problemas “mentales” permanece igual. Ya desde los albores de la Terapia Breve Estratégica, allá por inicio de los 50 del siglo pasado, el equipo de investigadores y científicos de la Escuela de Palo Ato, creadores de este enfoque, se centraron en conocer cómo funciona un problema y qué lo mantiene persistente en el presente. La continuidad y evolución de estas investigaciones ha permitido desarrollar protocolos de intervención, soluciones, para cada tipo de trastorno porque, aunque cada caso sea particular y original, la estructura del problema se repite.
Retomo el ejemplo que me colocaban en el debate mantenido sobre las gafas “virtuales”. Se trataba de una persona que tiene miedo a volar. Me decían que la realidad virtual puede ser muy útil como herramienta de desensibilización sistemática (técnica basada en el condicionamiento clásico desarrollada por Joseph Wolpe, en los años 50 del siglo XX, que consiste en la exposición gradual al estímulo que desencadena el miedo). Subrayaban su aplicación para los casos en los cuales la persona nunca ha viajado en avión y no ha vivido una fuerte experiencia que le desencadene el miedo.
Bien, no diré que no puedan ser válidas las “gafas virtuales” como medida de exposición a la situación temida, pero ¿y el salto de la realidad virtual a la realidad real?
Miles de cosas pueden pasar por la cabeza de aquellos que tienen miedo al avión que les impide afrontar la situación, hayan vivido, o no, una experiencia desagradable volando. (Un inciso: tiene “gracia” que la mayor parte de las fobias se forman a partir de imaginar que se pueda vivir lo temido o que pueda suceder, no de vivir un evento real). Sin embargo, en lo que sí convergen todos los fóbicos es en evitar la situación real que les da pavor.
Cuando lo evitan, inicialmente se encuentran mejor porque no han tenido que afrontar la situación, pero por desgracia esto les confirma que si hubiesen afrontado habrían estado mal, con lo cual, vuelven a evitar. Y cuanto más evitan, más confirman que es “peligroso”, más aumentan su miedo y más vuelven a evitar. Cayeron en un círculo vicioso, en la trampa de la evitación: cuanto más evito, más aumenta el miedo.
Y esta es la estructura del problema que se mantiene constante hoy, siglo XXl, tal como décadas atrás: la solución intentada de evitar paradójicamente amplifica el miedo. Lo que varía es la aplicación de la solución, una prescripción que se adapte a la “originalidad” del paciente y facilite su adhesión al tratamiento (tema que ya da para hablar, y mucho, en otro post).
La cuestión es: ¿será que la realidad virtual podrá llegar a producir la misma experiencia emocional correctiva que la vivencia real o simplemente puede servir como complemento terapéutico?